La localidad
Era ésta una localidad gobernada por la humedad, en la cual, entre otras aberraciones, la ropa se pegaba al cuerpo con indecencia. Para evitar tanteos indecorosos y poco cristianos, las mujeres se cubrían con ponchos de lana que las hacían sudar en exceso y sumar su agua corporal a la del ambiente, por lo que las faldas chorreaban, al igual que los ánimos.La humedad era enemiga acérrima de todo lo vivo en esta localidad; máxime de las mujeres, extraña forma de vida multicelular. El Repartidor de Saludos, quien mejor conocía la región toda, les contaba a las locales que en otras poblaciones no muy lejanas, las féminas adornaban su pálida faz con polvos y preparados cosméticos que realzaban la belleza y suavidad de la piel. Bárbara Torz, madre de Torcazo, el niño terrible ícono del lugar, habíale rogado encarecidamente al Repartidor que le consiguiera aunque más no fuera una pizca de esos artilugios mágicos, en un intento final por retener el cariño de su marido, fascinado en apariencia por un chivo de lacia barba. Cuando Bárbara sostuvo entre sus manos la Esperanza en polvo disfrazada de tono Manzana de la Pasión, no fue capaz de retener en la memoria las indicaciones que le detalló el Repartidor de Saludos acerca de cantidad, modo, temperatura, usos y costumbres de la aplicación del producto, aturdida como estaba por la emoción. Corrió a su casa y repartió con dolorosa efusión el preparado por sobre su rostro. Resumiendo su vergüenza: la mencionada humedad sumada a la impericia de las manos que maquillaban sólo colaboraron a reafirmar el lazo entre el marido enamorado y el chivo.
Pero como de toda gran tragedia se puede extraer una enseñanza, las mujeres de la localidad, casadas o no, comprendieron que la vergüenza era el colorete más efectivo. Se realizaban reuniones clandestinas para pasarse datos acerca de temas prohibidos que harían ponerse colorada a la más ligera. Una de las hijas de Brógida Prod, a quien se le permitía asistir a estas reuniones porque poseía dos cualidades que emergían decididas de su pecho, coraje y valentía, le comentó a su madre que daba lo mismo presenciar esas reuniones que no hacerlo, ya que la idea de la vergüenza no tiene que ser realista, como corresponde al fascinante mundo de las ideas. Quien nunca ha visto un colibrí, puede imaginarlo y tener la idea de que eso que ve en su mente es un colibrí. Brógida no entendía mucho a esta hija suya, tan llena de pensamientos que a veces la asustaba, por lo que asintió y le permitió volver a la casa con la premisa de planchar los calzones de los varones de la familia. Samanta, así era el nombre de la joven, se retiró satisfecha. Ni loca hubiera confesado en alta voz frente a su madre los pensamientos a los que ella recurría para adquirir esa tonalidad tan mentada en todo la localidad.